CARLOS FISAS


   Nuevas anécdotas recopiladas por Carlos Fisas, nuevamente extraídas de su libro Intimidades de la Historia, publicado en 1995 por la editorial Planeta.


   

 

    



GEORGES CLEMENCEAU



Clemenceau

  Uno de los personajes con más anécdotas de la historia contemporánea de Francia es sin duda Georges Clemenceau, el célebre político y periodista que empezó su carrera como médico y que fue el alma francesa durante la Primera Guerra Mundial de 1914-1918. Nació en 1841 y murió en 1929. Durante la guerra fue llamado el Tigre, y terminada la misma se presentó como candidato a la Presidencia de la República, pero fue derrotado.

    

  Desde joven militó en los partidos revolucionarios y se cuenta que durante la revolución de 1870, a la caída de Napoleón III, mientras Gambetta llamaba al pueblo a las armas Clemenceau se encontraba con algunos amigos en una subasta de porcelanas. Entraron en la sala algunos ciudadanos y le informaron de lo que sucedía en aquel momento por las calles de París. Clemenceau salió rápidamente a unirse a los revolucionarios, e invitado a hablar lo hizo con mucho ardor, pero con pocos gestos y con las manos en los bolsillos. Sus amigos, habituados a su oratoria violenta, no sabían explicarse la razón de ello. Más tarde el mismo Clemenceau explicó el misterio: había comprado unas tazas chinas y las llevaba en los bolsillos, y no había gesticulado por miedo a que se rompiesen. Muchos años después, bromeando sobre el episodio, decía:
  -En una revolución lo más difícil es salvar la porcelana.

   

  Cuando era director del periódico La Justice dio una lección de periodismo a un nuevo redactor:

Georges Clemenceau
  -Mire, muchacho, escribir en un periódico es fácil: verbo, sujeto, atributo... y cuando quiera poner un adjetivo me lo consulta.

   

  En una reunión electoral, mientras hablaba, se oyeron unos gruñidos procedentes del fondo de la sala. Los acompañantes de Clemenceau se irritaron, pero él dijo simplemente:

  -Dejadlos. Incluso los cerdos tienen su modo de expresar sus pensamientos.

  Como es natural los gruñidos cesaron inmediatamente.

     

  En su juventud había hecho representar una comedia titulada El velo de la felicidad, que fue atacada ferozmente por Catulle Mendès. Algunos años después, cuando Clemenceau era director del periódico L'Aurore, se le presentó el crítico de teatro diciendo que se estrenaba una obra de Mendès y que quería saber qué debía decir de ella.

  -Me parece que le he dado siempre independencia de criterio.
  -Sí, pero en esta ocasión, tratándose de Catulle Mendès...
  -Sí, es verdad, entre él y yo hubo una vez divergencias literarias. Bien, si la comedia es buena dirá que es bonísima y si es mala dirá simplemente que es buena.

     

Clemenceau.

  Un día estaba en la redacción del citado periódico con su colaborador Mirbeau cuando una detonación les sorprendió y una bala de revólver, atravesando la sala, agujereó el cristal de una ventana.
Mirbeau se precipitó a la sala vecina, en la que unos periodistas espantados miraban a un hombre que llevaba un revólver en la mano.
  -Es un loco -dijo Clemenceau.
  -No, es un anarquista -le respondió Mirbeau. En esto llegó la policía que se llevó al hombre que gritaba desesperadamente
  -¡Viva la justicia!
  -Veis cómo tenía razón yo -exclamó Clemenceau-, es un loco.

    

  Un día, antes de ser ministro se encontraba en la Cámara de los Diputados. Debutaba un joven diputado, que con un magnífico discurso asombró a la asamblea. Al terminar, Clemenceau se acercó al joven y con entusiasmo le dijo, mientras intentaba abrazarlo:
  -Bravo, muchacho, venid que os estreche sobre mi corazón. El joven diputado, que era hombre ingenioso, le respondió:
  -Colega, me asusta el vacío.

Clemenceau.
  La respuesta gustó a Clemenceau, que más tarde, cuando fue llamado a ser presidente del Consejo de Ministros, le ofreció una cartera.

    

  En 1906 accedió a la presidencia del Consejo; como siempre había sido un revolucionario, un conocido le preguntó qué pasaría si se levantasen barricadas en París.
  -Lo mismo de siempre, pero ahora estaría en el otro lado. A eso se le llama política.

    

  

  Un día el prefecto de un Departamento se presentó ante Clemenceau y le dijo:
  -Me han dicho que quiere destituirme. ¿Es verdad?
  -Sí.
  -¿Puedo saber la razón? ¿Porque soy un pillo o porque soy un imbécil?
  -Una cosa no excluye la otra -respondió inexorable Clemenceau.

     

  Se hablaba un día de periódicos y periodistas y se citó el caso del director de cierto diario.
  -Por lo menos éste -dijo a Clemenceau un amigo- no ha pedido nunca nada ni ha solicitado nada de los fondos secretos.
  -Es verdad -dijo Clemenceau-, pero con los periodistas pasa como con las mujeres, que las que no piden nunca nada son las más caras.

    

  En 1909 Clemenceau debió someterse a una operación quirúrgica. Fue ingresado en una clínica y asistido por una monja, sor Luisa, que soportaba el mal humor del paciente. Al final éste, emocionado por el buen trato que había recibido de la buena monja, le dijo:
  -Como agradecimiento a su bondad procuraré que le den las palmas académicas.
  Las palmas son una condecoración inferior a la cruz de la Legión de Honor. La monja, con fino ingenio, contestó a Clemenceau enseñando el crucifijo que llevaba en el pecho:
  -Gracias, pero sería degradarme, porque ya tengo la cruz.

    

  Recordando que en su juventud había sido médico, un amigo le consultó:
  -Siento un extraño cansancio...
  -Trabajas demasiado.
  -Un aburrimiento mortal...
  -Te escuchas demasiado.

     

  Un día estaba hablando mal de un ministro y un amigo le dijo:
  -Me asombra que hables tan mal de él.
  -Es que es un idiota.
  -Pero precisamente tú le has nombrado ministro. ¿No lo sabías cuando le escogiste?
  -Dime la verdad -respondió Clemenceau después de un momento-. ¿Por ventura conoces a alguien más idiota que él?

    


Ignacy Jan Paderewski, pianista, compositor,
diplomático y político polaco.

  Un día Clemenceau vio al diputado Michon que en el bar de la Cámara se metía en el bolsillo de la americana algunos emparedados. Él, con extrema habilidad, se los fue sacando sin que Michon se diese cuenta de ello, y que sólo reaccionó cuando los otros parlamentarios reían a mandíbula batiente. No dijo nada, pero, naturalmente, quedó muy molesto por el hecho. Algunas semanas después tuvo lugar la elección de presidente del Congreso y uno de los candidatos era Clemenceau. Michon, que debía darle el voto, recordó la broma, y como por otra parte era demasiado honrado para dar su voto al adversario se abstuvo de votar. Hecho elescrutinio los dos candidatos tuvieron idéntico número de votos y fue elegido el candidato opuesto a Clemenceau, por razones de edad. Así, por un voto, el del devorador de emparedados, Clemenceau perdió el deseado puesto.

     

Paderewski en su faceta política.

      

Su programa político era muy sencillo.
  -Ante todo es necesario saber lo que se quiere. Cuando se sabe lo que se quiere es necesario tener la valentía de decirlo. Y cuando se ha dicho es necesario tener la valentía de hacerlo.

    

  Cuando las potencias aliadas se reunieron después de la guerra en París, el delegado americano propuso que las reuniones no se prolongaran más allá de las seis de la tarde porque él, por consejo del médico, tenía que reposar algunas horas antes de la cena. El delegado italiano propuso que no se reuniesen antes de las tres porque debía reposar después del almuerzo. El delegado inglés calló.
  Entonces el viejo Clemenceau, que presidía, dispuso:
  -Las reuniones empezarán a las tres y terminarán a las seis. Así el delegado americano podrá dormir después de la reunión, el delegado italiano antes de la reunión y el delegado inglés durante la reunión.

     

  Cuando Paderewski era presidente de la República de Polonia se encontró con Clemenceau, entonces presidente del Consejo de Ministros. Fueron presentados y Clemenceau dijo al maestro:
  -¿Paderewski? ¿Es usted Paderewski, el célebre pianista? ¿Le han hecho presidente de la República? ¡Oh, pobre, qué decadencia!

     

  La casa de Clemenceau daba al jardín de una residencia de jesuitas en el que había un gran árbol que impedía que Clemenceau tomase el sol. Pidió, pues, a sus vecinos si podían hacer algo podando el árbol; pero la respuesta fue más drástica, pues lo cortaron. El viejo político se apresuró a dar las gracias al superior de la residencia con una carta que empezaba:
  -Padre. Permítame que le llame así pues gracias a usted he visto la luz del día...
  La respuesta decía:
  -Señor Presidente. Celebro haberle dado la luz del día. Desearía también haberle mostrado el camino del cielo.
  Dos muestras de finísimo ingenio.


  Cuando el doctor Voronoff popularizó su método de rejuvenecimiento lo ofreció a Clemenceau, el cual lo rechazó diciendo:
  -No digo que no, pero hablaremos de ello cuando sea
  viejo. 
  Tenía ochenta y tres años.

     

EL METODO DEL DOCTOR VORONOFF


  Reconozco que desconocía totalmente al "doctor Voronoff" y su "método". Por lo tanto, curioso y moralmente obligado, busque información sobre él y su método. Información que, por curiosa, anecdótica y sorprendente, añado como complemento. Así pues, el apartado que sigue a continuación no pertenece, como los anteriores (las anécdotas de Clemenceau), a Intimidades de la Historia, de Carlos Fisas.


  En Francia, el conocido profesor Voronoff se dedica desde hace unos años a transplantar testículos de mono a sus pacientes. Gracias a su campaña publicitaria, la operación de “rejuvenecimiento” se hace tan popular que hacia 1930 son miles los caballeros de todo el mundo que se pasean con los testículos de un primate entre las piernas. La demanda de gónadas es tal, que Serge Voronoff planea construir un gran parque con chimpancés y babuinos para mantener el suministro.

  Durante la operación, el profesor Voronoff coloca paralelamente al paciente y al mono en sendas mesas de operación. Después de aplicar una anestesia local al hombre, Voronoff extrae las glándulas del mono y las corta en seis finas lonchas que injerta en los testículos del paciente. En pocas semanas, los tejidos del mono son reabsorbidos y las hormonas empiezan a fluir. “La tensión baja, la vista se hace más aguda, el pelo crece”.

  En algunas de sus charlas, Voronoff asegura haber aprendido la importancia de los testículos en la salud del hombre gracias a la observación de los eunucos en Egipto. Según él, al observarlos detenidamente había comprobado que la extirpación de los testículos producía en ellos un decaimiento físico comparable a la vejez, y aquello le llevó a pensar que el implante de testículos podría ser un tratamiento adecuado contra el envejecimiento.

  En Londres, Voronoff realiza exhibiciones mostrando fotografías de sus pacientes antes y después de las operaciones. Hombres de de 75 a 80 años, en avanzado estado de decrepitud, que de pronto se convierten en saludables tipos que practican deporte y montan a caballo.

  En esos meses, el dramaturgo Anatole France – también premio Nobel – se pone en manos de Voronoff. Cuando se presenta tiene 61 años y un aspecto lamentable. Voronoff injerta a Anatole France los testículos de un enorme mono cinocéfalo, divididos en 8 partes alrededor de los testículos del escritor. A los 23 días – según Voronoff – Anatole France le relata su primera erección tras 10 años de impotencia.

   

Anatole France.
Los cojones de Voronoff
El doctor Voronof



  

    

FRASES CELEBRES DE CLEMENCEAU


     Para terminar completare este articulo con algunas frases de Clemenceau que han pasado a la posteridad.



  •     Un traidor es un hombre que dejó su partido para inscribirse en otro. Un convertido es un traidor que abandonó su partido para inscribirse en el nuestro.



  •     Es suficiente agregarle la palabra "militar" para que una palabra con significado lo pierda. Así, la justicia militar no es justicia, la música militar no es música.

  •     El poder: la más completa de las servidumbres.

  •     Eso que llaman verdad no es más que la eliminación de errores.

  •    Es preciso saber lo que se quiere, cuando se quiere; hay que tener el valor de decirlo, y cuando se dice, es menester tener el coraje de realizarlo.

  •    La vida es un espectáculo magnífico, pero tenemos malos asientos y no entendemos lo que estamos presenciando.

  •    Manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra.

  •     Siempre dicen verdad los que están de acuerdo con lo que nosotros creemos.

  •    Todos los cementerios del mundo están llenos de gente que se consideraba imprescindible.

  •    Un hombre absurdo es el que nunca cambia.

  •    La guerra es una serie de catástrofes que da lugar a una victoria.


  •    Un hombre joven que no es un socialista no ha conseguido un corazón; un viejo hombre que es un socialista no ha conseguido una cabeza.


  •    La guerra es una cosa demasiado seria para confiársela a los militares.


  •    Cuando un político muere, mucha gente acude a su entierro. Pero sólo lo hacen para estar completamente seguros de que se encuentra en verdad bajo tierra.


  •    Mi política interior: dar guerra. Mi política exterior: dar guerra. A toda hora emprendo guerras.


  •    El gobierno tiene que como misión hacer que los buenos ciudadanos permanezcan buenos y los malos no lo sean.

  •    Los juicios son un asunto demasiado importante como para dejarlo en manos de meros abogados.

  •      Gobernar dentro de un régimen democrático sería mucho más fácil si no hubiera que ganar constantemente elecciones.

  •    La diferencia entre un civil y un militar es que el primero siempre puede militarizarse, pero el segundo rara vez puede civilizarse.

  •    La vida del hombre es interesante principalmente si ha fracasado. Eso indica que trató de superarse.

  •      Los tontos no gustan de admirar las cosas sino cuando llevan una etiqueta.

  •      Manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra.